top of page

Reportes.

  • Foto del escritor: Antonio Miradas del Alma
    Antonio Miradas del Alma
  • 11 oct
  • 2 Min. de lectura

Cuando un educador o una educadora se presenta a una vacante en mi residencia, a menudo surgen dudas sobre si sus saberes, aquellos conocimientos y experiencias adquiridos en su trayecto profesional, estarán a la altura de las necesidades. En mi institución, a cada vacante, se les reclama interpretaciones bien medidas, observaciones acertadas y respuestas adecuadas a las realidades con las que se enfrentarán.


Ante esta premisa, este proyecto se les muestra como una oportunidad de crecimiento profesional. Una realidad llena de flecos, grietas y vacíos que no hacen más que ahondar en lo angustioso, agotador y abrumador que les puede representar el trabajo con infancias y adolescencias. El sostén garantista del asistencialismo y el cambio de rumbo, mudo pero visible, hacia un paradigma higienista por parte de la institución, hacen del trabajo socioeducativo una perversión de su esencia.


En esta residencia conviven infantes y adolescentes que han vivido situaciones de desamparo. Sus rutinas y dinámicas tienden a ser homogeneizadas, dejando sin validez cualquier relato de singularidad hacia realidades complejas. Una urna donde profesionales técnicos y especialistas enfocan su trabajo bajo unas directrices marcadas por rumbos ajenos a sus perfiles, quedando subyugados a procesos y normativas enfocadas al bienestar común, penalizando, así, casos complejos susceptibles de dinamitar los cimientos del proyecto.


Los métodos de trabajo han cambiado, el tiempo frente a la pantalla ha eclipsado las prioridades, dejando la educación subordinada a informes que consumen mucho tiempo. Dejar un espacio común de socialización para registrar lo que sucede, es como describir una vivencia donde no estás presente. Reclamar el registro del tipo de lloro de un infante como prioridad desatendiendo su consuelo es una absurdidad.


Saber acompañar la añoranza de los seres queridos, ver en la ira un profundo dolor, mostrar esperanzas todo y las resistencias, a todo esto, lo llamamos trabajo directo. Estar presente no ausente. Un trabajo donde las emociones están ahí, en lo más alto, un trabajo que demanda presencia y reconocimiento. Que, como artesanos del alma, podamos dar pinceladas con un toque particular a cada uno de nuestros infantes y adolescentes.


-. Ana no puedes entrar en la sala del equipo educativo, lo dejamos bien claro.

-. Pero, es que, quiero estar contigo, no quiero estar sola en el comedor, tengo miedo.

-. Ahora no puedo estar contigo, he de rellenar y entregar este informe.

-. ¿Y cuándo podrás venir conmigo? ¿Tardaras mucho? ¿Cuánto tiempo?

-. Pronto, te lo prometo. Ahora ve al comedor por favor y ponte la televisión.


Ana después de hablar con su educadora estuvo en el comedor aterrada un buen tiempo, bajo el volumen del televisor para poder escuchar el sonido del teclado, eso la reconfortó un poco. Una hora antes Ana tuvo una visita con su madre, era supervisada. Según el protocolo, este tipo de visitas han de ser registradas con todo detalle, la educadora hizo un buen informe, redactó todo tipo de detalles. En la visita la madre de Ana no mostró ningún tipo de cariño a su hija. Ana se sintió muy sola una vez terminó la visita, deseaba poder estar arropada, pero el tiempo suyo tenía que esperar al reclamo del tiempo de su informe.


Antonio Argüelles, Barcelona.

ree

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


  • Icono social LinkedIn
  • Pinterest
  • Facebook icono social
  • Twitter
  • Instagram

© 2023 by Read Over
Proudly created with Wix.com

bottom of page