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  • Antonio Miradas del Alma

Expulsión, ausencia de presencia.

Las transgresiones y desobediencias del alumnado en los institutos pueden desencadenar en agresividad y una consecuente expulsión. El fracaso no es sólo del alumnado, ellos tienen su parte de responsabilidad, son una parte del problema, pero en ellos habría de residir también alguna parte de la solución. Los alumnos han de seguir unas reglas, un orden y los profesores han de considerar sus realidades y desapegos. Escucharlos es hacerlos participes del problema y ayuda a que la consecuencia tenga su significación.


Un día más expulsado del instituto por ser un chico problemático, por generar incertidumbre, por romper una armonía construida de éxitos.


He de hacerme cargo de mis responsabilidades y asumir que no respondo a las expectativas. A los fracasados mejor dejarlos fuera, libre de contagios.


Llego a media mañana a la residencia, los educadores ya son conocedores de mi expulsión, ellos me muestran su disgusto, parecen una copia de mis maestros.


La tensión está muy presente, salen cuchillos afilados de mi boca, unos se arman y otros se desarman, los primeros los tengo en mi lugar, los segundos me dejan descolocado.


Cuando estoy desarmado me siento incomodado porque puedo ver otro yo que no conozco, ese yo no puedo ser, muchos me lo han negado.


Una vez le dije a un educador que era un viejo amargado, el me respondió que llevaba razón, que su edad era avanzada y que tomaba demasiado café sin azúcar. Así fue como me desarmo.


Desarmado me siento ligero, puedo sostenerme sin caerme de nuevo, es una sensación nueva confortante, cuando soy visto así no siento esa soledad asfixiante.


Pero para eso necesito de adultos que sostengan mis fracasos, que vean que sus éxitos necesitan de mi presencia no de mi ausencia.


Antonio Argüelles, Barcelona





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