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Consenso.

  • Foto del escritor: Antonio Miradas del Alma
    Antonio Miradas del Alma
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

Uno de los dilemas más complejos que un educador o educadora se encuentra al incorporarse en nuestra residencia infantil, suele ser la dificultad de mantener la coherencia en el seguimiento de las directrices del equipo, sin perder su rol educativo. 


Cuando se toman decisiones de equipo, no se presta en consideración ciertos matices que pueden ser contraproducentes para su bienestar. A menudo, es la dirección, avalada por los más veteranos, los que proponen medidas de acción o respuestas a ciertas situaciones disruptivas por parte de los residentes y que acaban siendo aprobadas por consenso por el resto del equipo. Unas medidas que en la práctica refuerzan el rol de los educadores más veteranos y sutilmente desacreditan a los recién llegados.  


“En reunión de equipo hemos tomado la decisión de no dejar salir de su habitación al chico que se fugó, por consiguiente el piso quedara cerrado con llave para evitar una posible fuga. Llevo en esta residencia una semana, estoy de prueba y apenas conozco al chico fugado y al resto de infantes y adolescentes, pero de entrada he de tomar un rol de contención que no me agrada. 


Esta tarde trabajó en el piso donde esta el chico, solo llegar me insinúa, me dice repetidamente que se va a fugar y que no podré hacer nada por evitarlo.  Sale constantemente de su habitación, le hago entrar, me falta el respeto, me zarandea, busca el conflicto. Sigo firme en mi relato, insisto que vaya a su habitación, no puedo darle otra respuesta, es lo acordado.”


“El chico se muestra violento, tira todo al suelo, me levanta sus brazos y habla a gritos. Ante tal panorama viene un educador que lo conoce bien, habla con él calmado, veo que le tiene respeto, al final consigue que se quede en su habitación, el educador me dice que no dude en llamar, que estará atento. Esa tarde, me sentí impotente.”


“El chico se muestra violento, tira todo al suelo, me levanta los brazos y habla a gritos. Ante tal panorama viene un educador que lo conoce bien, le ruego no intervenga, que me hago cargo del incidente. Una vez sola le abro la puerta, le digo que vamos a salir, que me hable en la calle y en todo caso entramos de nuevo. El chico ahora no quiere salir, quiere saber porque vine aquí, hablamos un largo rato en su habitación, pido al veterano que se haga cargo del piso mientras atiendo al chico. Esa tarde me sentí apoderada. “


Antonio Argüelles, Barcelona.


 
 
 

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