La palabra de los niños, aquello que muestran, si no es recogida con la importancia debida pierde su valor y reposa en el lugar de los silencios.
Se habla de espacios de escucha donde los sentidos se concentran para poder saber lo que nos dicen, lo que nos muestran.
Pero nos concentramos demasiado en lo nuestro y su relato nos llega entrecortado, disperso, olvidadizo y apenas lo percibimos.
Es entonces cuando los niños buscan complicidades, grietas entre los educadores, con el fin de tener lo que la palabra no otorga.
Decimos que escuchamos, cuidamos y atendemos a todos por igual, pero la realidad puede que sea otra cuando los silencios muestran contradicciones.
Los niños silenciados buscan fisuras entre los educadores para hondar en ellas, son nuestros puntos débiles, ahí mostramos nuestro no saber.
Con nuestras fisuras lo niños pueden silenciarnos o darnos voz, una situación que les llena de inseguridades y desapego.
Dicen que la escucha es un abrirse al otro, donde la palabra tiene el valor de recoger sentimientos y emociones.
Nuestros niños necesitan ser escuchados y sentir-se valorados, cuando esto no sucede el vínculo se rompe y surge el abismo.
Antonio Argüelles, Barcelona
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