Mi trabajo está en un lugar siempre habitado, nunca está vacío. Ese lugar es una residencia donde conviven niños fuera de su entorno familiar. Nosotros, los educadores, estamos de paso.
Ellos, en su gran mayoría, han sido retirados de sus familias y recolocados en nuestra residencia. Una separación que les hace sentirse culpables para dar sentido a tanta incomprensión.
Vivir en una residencia fuera de sus familias les deja marcados, ellos pasan de un lugar conocido a otro desconocido donde los estereotipos y prejuicios les señalan.
Estar señalados cuando viven en ese lugar les hace sentir mal, muy mal. Ellos fuera de ese lugar necesitan mostrarse desapercibidos, poco visibles. No es fácil ver padres y madres recoger sus hijos en la escuela sabiendo que ellos no van a casa.
Son corazones necesitados de mucha atención, pero nuestros tiempos para la cura de tantas heridas son escasos. Cuando un niño se siente herido expande su dolor o lo silencia, pero de una u otra manera la atención que se le brinda nunca es suficiente.
En ese lugar, la residencia, hay cierto orden. Nosotros marcamos nuestras normas y ellos las suyas. Nosotros les decimos que nuestras normas son educativas, que son legítimas y que las suyas no tienen ley. Pero a fin de cuentas nosotros estamos de paso y ellos conviven ahí.
En el fondo ellos tienen cierta coherencia con sus normas, ellos luchan por el afecto y no dudan en pisar al prójimo para obtenerlo. Es una lucha sin cuartel donde los más débiles, los silenciados, son los peor parados.
Todos ellos luchan por negar una realidad que les asfixia, nadie quiere enfrentarse a ella. No son adultos, saben que aun han de crecer, quieren ser niños y tener sueños.
En ese lugar se crece rápido, nadie quiere quedarse atrás. Cuando tienes seis años quieres ocho, cuando tienes ocho quieres diez y así ves pasar tu vida en un instante para regresar a tu hogar.
Hay quien no regresa, quien no lo ha tenido, quien no desea volver, pero también hay quien regresa. Todos y cada uno de ellos van asimilando sus realidades y empiezan a mostrarse únicos delante sus familiares.
Los educadores hablan de resiliencia, ellos hablan de separarse de aquello que les hizo daño y convivir con lo que tienen.
Antonio Argüelles, Barcelona.