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Tiranía.

  • Foto del escritor: Antonio Miradas del Alma
    Antonio Miradas del Alma
  • 12 jun
  • 2 Min. de lectura

El abuso de poder es goloso, el egocentrismo y el hedonismo es una de las características más comunes con las que hemos de lidiar en esta residencia. Hablo de necesidades de dominación, de frustraciones encubiertas y de dificultades para encarar realidades. Todo un esfuerzo creativo de injusticias y placeres para hacerse inmune al dolor. Se pueden reconocer por sus faltas de empatía, sus insaciabilidades en sus demandas, sus ausencias de culpabilidad y sus carencias de remordimiento. Pero esta tiranía tiene diversas caras, hay quien las ejerce en un entorno próximo y hay quien las busca en lugares alejados. Una, dentro de su delirio, es la más sensata, en el fondo sabes que hay un cuidado. La otra te despoja de todo, no hay nadie con quien anclarse, entonces la tragedia se hace premonitoria y difícil de sanar. Todas ellas sostienen vidas infernales.


Diario de una adolescente:


“Hoy mi nueva compañera de habitación me agarro del cuello y alzándome del suelo me lanzo a la pared, mi miedo silenció el dolor, su mirada heló mi cuerpo, su respiración entrecortada asfixio mi ser. Era su carta de presentación clara y concisa, no daba lugar a dudas, nada de problemas, nada de cuestionamientos, soy un grano en su culo.


Desde entonces intento llevarlo bien, aun así, sigo sintiendo terror cuando siento su presencia, evito ser vista, busco refugio fuera y he aprendido de mis miedos y sus amenazas. Ahora le rio sus gracias, no dudo en dejarle cosas, e intento seguir su juego, pero no siempre lo logro, entonces recibo en mi cuerpo aquello que no he sabido satisfacer, me he de esforzar más, no quiero vivir este infierno.


El equipo educativo sobrevive gracias a mis silencios, pero con el tiempo las nubes se oscurecen y la peor tormenta llama a sus puertas. Mi compañera empieza a ser expulsada de manera reiterada de la escuela, las disputas hacia los educadores están al límite y los acuerdos pactados ahora son papel mojado.


Necesitan ayuda y esa alma silenciosa que intenta pasar desapercibida es su diana, me reclaman para ahuyentar la tormenta de sus presencias. Fue la gota que colmó mi vaso, hacía tiempo que lo llevaba lleno, me fugué para no volver más, dejé pasado y futuro. Ahora ella está sola con su evidencia, la muestro desde mi ausencia.


Una ausencia que me produce dolor, pero que sana. Todos aprendemos de nuestros errores, ella desde mi desgracia sostiene mejor el conflicto, aprende a ceder, sabe que puede hacer daño y no le agrada. Pero yo ya no tengo mi lugar, soy una fugitiva, una vagabunda que sabe que cualquier futuro estará marcado por ella.”


Antonio Argüelles, Barcelona.


 
 
 

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