Estoy aquà en una sala apartado de los otros, aquà he de estar unos dÃas, aquà comeré y aquà dormiré.
Dicen mis educadores que este es mi castigo, que es una medida para que no repita lo ocurrido.
En esta sala me siento culpable de todo, despreciable, incapaz de hacer algo bueno.
Mi padre me dejo al poco de nacer, mi madre a los cuatro años me entrego al centro. Cuando pregunto porque me quede solo, la respuesta es la misma, no podÃan cuidarme.
Siempre he creÃdo que nacà con maldad, que quien se cruzaba conmigo caÃa en desgracia.
Cuando pasen los dÃas de mi castigo volveré con los otros al piso, ahà he de ser considerado y seguir bien las normas que tengo marcadas.
Quiero hacer las cosas bien, pero tengo mucha ira dentro, no sé cómo liberarla sin evitar el castigado.
La ira corroe mi cuerpo pequeño, ella se alimenta de mis desgracias, de no poder vivir con mis padres, de no saber de ellos, de ver como los otros marchan y yo me quedo.
Los educadores entienden de castigos, pero también han de entender de construcciones. Quiero que alguien me reconstruya, estoy muy roto por dentro.
Antonio Argüelles