Huir
- Antonio Miradas del Alma
- hace 2 días
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Actualizado: hace 6 horas
Recuerdo de los primeros días, cuando hacia el servició militar obligatorio, que todo el mundo estaba asustado. Me di cuenta que me habían separado a regañadientes de mi familia. Tuve que dejar de tener nombre para ser un número más. Para recuperarlo tenía que asumir las reglas del juego. Todo y mis resistencias, en un momento dado, sucumbí para poder adaptarme a mi nuevo entorno. Un acto de resignación a un destino impuesto. Aun así, no todo el mundo sucumbía, había quien delante la desesperación tomaba caminos inciertos y pasaba a ser un proscrito. En aquel tiempo, quien se fugaba, lo hacía para huir de un entorno hostil.
En mi profesión, como educador, se habla mucho de ponerse en la piel del otro, pero este acto requiere no sólo de conocimiento, sino también de experiencias, con ellas contextualizas los conocimientos. En mi residencia, cuando respiro cierto grado de capitulación a las reglas del juego por parte de nuestras infancias y adolescencias, se me activan todas las alarmas, porque acto seguido, pueden surgir focos de resistencia que te cuestionan tu trabajo y que, en momentos álgidos, si no lo sabes contextualizar, pueden desencadenar en fugas.
“Todo el mundo tiene un padre, una madre, un tío, una abuela, alguien con quien poder pasar una tarde, todo un día o incluso un fin de semana, eso, en mi residencia, lo llamamos permisos familiares. Muchos de estos afortunados vuelven con sus bocas llenas de glorias y magnificencias; he salido con mis amigos, he jugado con mi padre, me he acostado tarde.
Yo, mira por dónde, mi familia no quiere saber nada de mí, tengo que permanecer aquí en la residencia todos los fines de semana y los tengo pautados, desde cuando me levanto hasta cuando me acuesto. El objetivo es no dar problemas, hacerlo, me supondría llenar los registros de incidencias y acabar collado de restricciones y libertades.
Cuando estás collado no tienes nada que perder, puedes tomar decisiones alocadas, como fugarte para no volver nunca más, pero al final, sin familia que te acoja, siempre regresas. Yo llevo collado mucho tiempo, los educadores quieren que me comporte como mis compañeros, ellos si disfrutan de fines de semana. Estos educadores son ciegos, no ven más allá de sus narices”.
Antonio Argüelles, Barcelona.

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