De joven vivà mal ser cuestionado, era como sentirse rodeado de cañoneras disparando a mi integridad, lo más valioso que tengo en este mundo. Con los años no he dejado de ser cuestionado, pero esa sensación de hostilidad ya no la tengo, ahora puedo reconocer al otro y puedo hacer que el otro también se reconozca.
"Te odio, no me mires, no me hables, ojalá te mueras, no te soporto, me molestas, te crees que lo sabes todo y no sabes nada. Le dije a mi educadora que escuchaba con atención mis insultos.
Esa mañana, en la escuela, fui recriminada por mi maestra por pegar a una niña en clase y expulsada unos dÃas. Esa niña me hizo daño, me dijo que mi padre no me querÃa, que mi madre solo querÃa a mi hermana y que yo acabarÃa en la calle, aún tengo las manos doloridas.
Cuando le pedà a mi educadora que se fuera de mi habitación, ella se levantó y me miro a los ojos, entonces le pedà que dijera algo, querÃa oÃr su enfado, su enojo, querÃa tener la certeza que le habÃa hecho el mismo daño que a mà me hicieron.
Pero no fue asÃ, ella me dijo que yo habÃa tenido una mañana difÃcil, que las personas necesitamos de cariño, pero no siempre está a nuestro alcance, que cuando lo está lo agarramos con fuerza para que no desaparezca. No sé por qué, pero en un instante, mis sentimientos dieron un vuelco de vértigo y tuve la necesidad de abrazarla con todo mi corazón."
Antonio Argüelles, Barcelona