Acompañar.

La implicación humanista en nuestro trabajo hace que aquello cotidiano sea todo menos cotidiano. Cualquier acto implica cierta transcendencia en la vida de los que acompañamos. Una decisión errónea, un acto fallido, una desatención, son morteros que fortalecen muros.    

El hecho de trabajar con el vínculo y más concretamente con el apego, hace que este trabajo sea medido, cuidado y valorado. Un educador o educadora puede establecer figuras de apego, el vínculo, muchas veces ya nos viene dado. Lo difícil es ofrecer la protección y la seguridad que se requiere, un trabajo arduo, consciente y no siempre logrado.   

El desgaste humano que representa tal encomienda se le ha de sumar la desvalorización que sufren los educadores y educadoras de residencia, no es confortable ser señalado como el último escalafón de su grupo profesional. No es de extrañar, por tanto,  que los malestares de los acompañados, sumados a los de los propios, hagan, a menudo, estragos en sus cortas permanencias.    

¿Dónde narices estás mamá?   

Para un adolescente es doloroso sentirse rechazado, sientes que el amor está vetado. Entonces luchas con todas tus fuerzas por recuperar un afecto que apenas tiene recuerdos. Un trabajo titánico que solo aporta sentimientos confrontados y desafíos que traspasan todos los límites.   

La rebeldía es un acto de fe, con ella buscas en tu mundo alguien que te pueda ver para mostrarle sin piedad tu desolación cubierta de un manto endiablado. Necesitas de alguien que te sostenga esa alma airada.   

Cuando aparece y consigue sostenerte, se te abre una brecha de luz, empiezas a quererte, confías más en tu destino, tomas su afecto y ya no lo dejas. Pero no será por mucho tiempo, cada uno labra su propio destino.   

Antonio Argüelles, Barcelona.