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Caso.

  • Foto del escritor: Antonio Miradas del Alma
    Antonio Miradas del Alma
  • 25 oct
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 6 días

A cada ingreso se nos presenta un “caso”, mapas retrospectivos de traumas que requieren atención. Una labor sometida al yugo de la eficiencia en tiempos y lugares inmediatos obviando la esencia de la restauración. Los logros llevan su tiempo y muchas veces no estás ahí cuando surge el encuentro, ese abrazo entre su pasado y su presente.


Tensionar tiempos naturales puede provocar una adulteración de la esencia de la labor educativa. Los “casos”, con sus complejidades marcan sus tiempos, acotarlos, estandarizarlos, pervierte el principio ético del cuidado. Las fronteras del rechazo se vislumbran cada vez más cercanas y sus protocolos cubren con sus silencios los fracasos de las intervenciones.


Equipos y direcciones, pasados y presentes se han ido moldeado en una construcción de pensamiento certero donde la duda no tiene cabida y lo construido es incuestionable. Una nueva praxis de descartes que sitúa los “casos” como aptos o no aptos en criterios de producción y demanda de normalidad.


Bajo estos principios de sostén moral, la frustración, la impotencia, el desarraigo e incluso los miedos quedan servidos. No hay lugar para atenciones, las imposiciones y condicionamientos se sitúan en lugares predominantes. Los patriarcados se hacen eficaces en lugares de cuidado, saben que los “casos” entienden de ese trato.


En mi residencia la alta itinerancia de los profesionales y las bajas de “casos” por puertas traseras son hechos constatados, todo y que su reconocimiento sea obviado. Una nueva era que reclama más recursos humanos y materiales, pero que sigue desatendiendo la esencia del cuidado.


“Soy una adolescente con una importante dependencia al alcohol y a las drogas, a veces llego a la residencia muy alocada, entonces activó todos los fantasmas de mis cuidadores, reclamo sin piedad respuestas incisivas a mis reclamos, actúo con violencia desbocada a cualquier muestra pacificadora, mi voz alterada llega a confines donde la calma reinaba.


Soy un caso problemático, el trabajo que llevan mis cuidadores está lleno de incertidumbres; pocos éxitos y muchos fracasos. Mantienen criterios que empiezan a mostrar brechas, aún así siguen teniendo consideraciones a mi persona, a mi complejidad, se que no es una carta blanca, mis avances llevan su tiempo ellos bien lo saben.


Inesperadamente y sin dilación al equipo se les presentan dos ingresos, no tienen derecho a la réplica, son dos infantes de cinco y seis años que han sufrido maltrato de un padre y una madre; la pequeña llora desconsolada todas las noches, el pequeño sabe que un armario puede ser un buen refugio. Unos ingresos que convocan al equipo a la reflexión de donde está el cuidado cuando los casos están tan expuestos.


Después de esos ingresos mi desarraigo cada vez fue más intenso, echaba toda mi ira hacia mis referentes, estos a cada reclamo se veían más desbordados. Ahora tengo educadores selectos como carcelarios, se hacen mostrar cómo ejemplarios. No son nuevas sus maneras e intenciones, mi familia fue mi escuela, voy aprendida.


No soy una adolescente al uso, reconozco mis faltas, mi deriva alocada, mi dependencia a un consumo que me va consumiendo el alma ¿Quién pone infantes tan pequeños a convivir con casos como el mío? Mi destino está marcado por mis antecesores, adolescentes que no pudieron encontrar un lugar donde poder ser sanados.”


"Disculpen mi desorden, estas son las ruinas de lo que fui. Trato de reconstruir, pero faltan trozos y sobran piezas que ya no encajan. A veces llega alguien y lo destruye todo, no es fácil empezar de nuevo."


Antonio Argüelles, Barcelona.


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