Los educadores tenemos como función el cuidado de nuestros menores, les aportamos seguridad y confianza en sus vidas. El cuidado está dentro de todo ideario en una institución de menores, es como la piedra angular donde todo gira en torno a ella. Pero el cuidado necesita un trato personalizado, particular y concreto a las circunstancias del menor y su ciclo vital. Cuando esté cuidado convive con los cuidados de otros menores, surgen las comparaciones, los descréditos y las celosías que no hacen más que tensionar los malestares. Unos malestares que pueden llevar a la lucha de posiciones, una lucha intensa sin cuartel que no da pie a la compasión. Esto puede sonar duro, violento, desgarrado, pero sucede y uno se pregunta, donde está el cuidado, donde está la seguridad. No es fácil compaginar el cuidado personal del menor con la convivencia grupal del conjunto. Un educador ha de situarse en los dos lugares, uno para poder llevar al menor a su lugar de confort y otro el de posicionarse delante del resto con la comprensión del conjunto, un conjunto con realidades diversas. Si el educador consigue este objetivo habrá destensado los malestares y menguado la necesidad de desacreditar y comparar al prójimo, por consiguiente el menor estará mejor cuidado. Pero el objetivo final es el que nos marca la institución, dar seguridades y confianzas a todos sus menores. Antonio Argüelles. Barcelona