Nosotros como educadores tenemos una responsabilidad con las infancias, pero cuando hablamos de ellas debemos saber que entendemos. Las infancias las podemos entender categorizándolas o como sujetas dentro de un contexto.
Categorizar puede llevarnos a una homogeneización de las infancias silenciando realidades complejas y dejándonos una mirada reducida de lo que creemos problemático. Las infancias pueden vincularse a carencias, necesidades, vulnerabilidades que los educadores debemos proteger. Ahora bien, el niño y sus familias deben tener un espacio activo, partícipe a nuestra mirada.
Los educadores situamos las infancias en la institución, es desde ahí donde nosotros tenemos nuestro encargo y con el saber nuestra práctica. Pero este encargo debería interpelarnos y cuestionarnos, si ésta debe ser preestablecida y categorizada o por el contrario si debe construirse a medida que nos vayamos comprometiendo y comprendiendo a los demás.
Es en las instituciones donde podemos caer en adjetivos categorizados que tienen su peso en la vida de las personas, los adjetivos conllevan carencias, dificultades, riesgos.Es con nuestra mirada como podemos dar un sentido de esperanza o de fracaso en nuestra respuesta ante los problemas.
Por eso es tan importante la escucha de las infancias y sus familias, saber qué dicen sobre sí mismas, el porqué de las problemáticas que las acompañan. Los indicadores de riesgo no son la solución, pero muestran el problema. Caer en la inmediatez y obviar que el problema es complejo comporta muchas veces dejar nuestro encargo a la justicia desentendiéndonos de nuestras responsabilidades.
Nosotros como educadores sufrimos muchas tensiones en nuestra labor, estamos llamados a hacer de nuestra práctica nuestro encargo. Somos polivalentes y específicos, distantes y cercanos y con estas ambigüedades vamos construyendo nuestra práctica y construyendo nuestros saberes. Una situación que nos llena de inquietudes, dudas, contradicciones, pero que también nos hace valedores de nuestra intervención.
Esta intervención puede tener una mirada negativa si choca con resistencias que dificultan las intervenciones con las infancias y sus familias. No podemos trabajar la dualidad de protección y represión con el amparo de la justicia porque caeríamos en la lógica del riesgo. Debemos evitar dinámicas de control donde las infancias y las familias queden sujetas a unos juicios y normas homogeneizadoras, clasificadoras. Nuestra intervención debe evitar estar encuadrada en subjetividades y arbitrariedades.
Las infancias son diversas y nuestra forma de intervenir no debería ser generalista, debemos tener capacidades relacionales y un compromiso ético en nuestro encargo institucional cuestionando todo lo que ponga barreras a nuestra labor educativa, porque son éstas las que nos limitan la mirada.
Nuestra labor educativa no se centra sólo en la protección sino también en una construcción de las infancias como algo inacabado, en crecimiento.
Esta mirada debería ser la partida de un comienzo y no de un final, desde donde dependerá nuestro éxito o fracaso de nuestra práctica. Si encontramos un sentido con el que estamos llamados sabremos cuál es nuestro reto y así podremos restaurar y apropiarnos de nuevo de nuestro compromiso en la acción educativa con las infancias.
He podido vivir de primera mano los encargos a los que he sido llamado por la institución, son encargos que van vinculados con la protección de las infancias y adolescencias. En estos encargos cada vez observo con mayor intensidad el peso de la norma y sus mecanismos de corrección cuando ésta es transgredida. La mirada ética se va difuminado a medida que te va posicionando políticamente y la norma te va situando dentro de la estructura como mero instrumento de la institución.
Es difícil trabajar con salas de visitas acondicionadas como salas de consecuencias poco reparadoras y de inexistente acompañamiento, con normativas homogeneizadoras que no contemplan la diversidad, contextos y particularidades de las propias infancias, con posicionamientos donde el educador y sus juicios no tienen en consideración la palabra de las infancias y de sus familias. Así, con estas realidades, se nos hace difícil construir respuestas a problemas complejos.
Pero la transformación va de miradas y el educador se torna espejo de las infancias y sus familias. Con nuestra proyección podemos ser transformadores pero también podemos agravar situaciones de desamparo. Necesitamos ser críticos en nuestro encargo y saber mirar a quien tenemos delante si queremos ser validados, debemos posicionarnos políticamente con lo que somos llamados.
“Lo que vemos cambia lo que sabemos. Lo que conocemos, cambia lo que vemos”. Jean Piaget
Antonio Argüelles, Barcelona