En España durante el siglo XVI, como crítica al Antiguo Régimen de monarquías teocráticas y absolutistas, se construyó un género literario que permitió expresar la problemática social a través de la picardía y la ironía.
Cuando una institución va marcando un entramado de protocolos y normativas bajo la proclama de la eficiencia, esta también está marcando unas funciones y competencias de sus educadores y educadoras sociales, una herramienta política que nos puede dejar sin contenido educativo.
En estos tiempos de modernidad, los educadores y educadoras sociales nos vemos cada vez más orientados a dar cuentas de nuestro trabajo, lo que hacemos hoy ha de evaluarse mañana. Aquello de dejar semillas para poder ofrecer otras maneras de relación, otros significantes alejados de la dependencia dejan de tener validez.
“Mis educadores han acordado ser más estrictos con nosotros, dicen que no estamos cumpliendo sus expectativas y que en consecuencia se nos restringirán los privilegios. Eso de poder salir con los amigos o jugar con la consola no lo vamos a ver durante un tiempo. Los educadores tienen la certidumbre que con las restricciones estaremos más apaciguados, se extinguirán los conflictos y reinará la armonía.
Ahora, con las restricciones, los tiempos de estudio, los paso chateando en el ordenador de la escuela a escondidas de las miradas de mis cuidadores, al acostarme, saco de mi caja de zapatos, una consola y juego hasta el amanecer, los fines de semana pido más tiempo con mi familia para quedar con mis amigos, mi padre me guarda el secreto.
Hoy mis educadores me felicitan, ven que dedico más tiempo al estudio, que no dependo tanto de los amigos y que he mejorado mi autonomía. Ellos ahora llenan sus informes de satisfacciones por su trabajo bien hecho, pero en el fondo yo sigo siendo el mismo, un niño que necesita ser visto.”
Antonio Argüelles, Barcelona.
